– No imaginas cuántas maravillas habrán ocurrido cuando vuelvas a abrir la caja – me susurró el mago.
– ¿ Por qué estás tan seguro de ello ? – respondí.
– Tienes el universo en tus manos, querido mío. Solamente debes decidir ya, lo que quieres hacer tú con él.
Nos sostuvimos la mirada unos segundos más mientras ninguno añadió nada.
Luego le coloqué junto al resto de figuras cuidando que los camellos y pajes no sobresaliesen al poner la tapa. El espumillón y las bolas de colores les ayudarían a disfrutar del largo sueño que iban a tener ahora, pensé. Una posición forzada casi un año no les iría nada bien.
Dos tiras de precinto cruzaron el cartón de lado a lado, adheriéndose en los extremos a pequeños restos que aún quedaban de años anteriores.
Esquinas ya dobladas y agujeros en alguna cara daban cuenta de las batallas de un ritual repetido una vez tras otra cada Navidad.
El hueco que había dejado en la casa ahora me parecía enorme. Final de una etapa de ilusión y ensueño que daba pie a otra de poner en marcha nuestra realidad.
¿ Cómo quería que esta fuera el presente año ? ¿ Cuántos de esos regalos que anhelaba habían comenzado a fabricarse ya ?
Me dirigí entonces a mi mesa de trabajo y saqué un lápiz y una hoja en blanco.
«Objetivos del Año», escribí en lo más alto. Dejando que una sensación de vértigo me llenara, pues más sencillo suele ser decir lo que uno no quiere que definir de forma contundente aquello que sin dudarlo sí.
Un susurro entonces hizo girar mi mirada.
Por una de las esquinas rotas de la caja asomaba una mano que reconocía y que parece que aún me saludaba.
– ¿ Tan solo unos minutos pasados y ya te has olvidado de nuestra conversación ? Piensa bien que quieres para este próximo año y escribe la carta con mucho cariño y tu mejor letra – me decía ese mago.
– Y después de eso lo más importante de todo, no lo olvides, querido mío: ¡ Ponte en acción !
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